viernes, 16 de septiembre de 2011

Cosechas millonarias, suelos pobres

El modelo productivo de la región pampeana, basado en la agricultura extractiva y el monocultivo de soja, produce un deterioro del ambiente que es posible revertir. Especialistas en fertilidad de suelos, dan las claves para lograr sistemas sustentables con cosechas crecientes.
A medida que la intensificación agrícola se profundiza en nuestro país, avanza el empobrecimiento de los suelos. De la mano de nuevas tecnologías y semillas con un potencial de rendimiento cada vez mayor, las cosechas aumentaron considerablemente y con ellas la exportación de nutrientes que a falta de una reposición adecuada, agudizan la degradación de los campos.
En este contexto, con el objetivo de promover estrategias de manejo de nutrientes que apuntalen la sustentabilidad de los sistemas, se llevó adelante en Rosario el Simposio Fertilidad 2011 organizado por el Instituto internacional de Nutrición de Plantas para el Cono Sur (IPNI)  y la Asociación Civil Fertilizar.
“Lo que degrada no es la alta producción, sino la pobreza de recursos, la falta de conocimientos”, señala el Ing. Agr. Jorge Bassi, vicepresidente de Fertilizar, en charla con Clarín, dejando claro que se pueden obtener elevados rendimientos y preservar el ambiente. 

“Los productores que hacen soja continua ven que el rinde es creciente debido a las nuevas variedades, pero no ven cuánto más podrían cosechar si aplicaran tecnologías correspondientes a buenas prácticas de manejo que no degraden los recursos”, agrega. 
Como ejemplo, el ingeniero cita un ensayo realizado en Casilda, donde se compararon parcelas en rotación con un lote proveniente de diez años de agricultura en el que nueve fueron de soja y uno de maíz, obteniéndose diferencias de rendimiento de entre 500 a 700 kilos entre ambas.
Para Santiago Lorenzatti, de Aapresid,  el desafío tecnológico está en implementar buenas prácticas agrícolas que incluyan la siembra directa, el manejo integrado de plagas, la fertilización balanceada, el uso responsable de agroquímicos y la rotación. “Como sociedad, debemos mantener un liderazgo tecnológico apuntando no sólo a la productividad y a la renta, sino también a la sustentabilidad ambiental”, sostiene el asesor.
Una cobertura a tiempo
Teniendo en cuenta el avance del monocultivo de soja, un equipo de INTA Casilda liderado por la ingeniera Graciela Cordone, conduce desde hace varios años un ensayo a través del cual se proponen encontrar alternativas de reposición de nutrientes en secuencias basadas en la oleaginosa. 
La hipótesis considera que una gramínea fertilizada con nitrógeno entre dos cultivos de soja podría compensar el balance negativo de este nutriente y aumentar la sustentabilidad del sistema. Para eso, utilizan cultivos de cobertura (CC) como trigo, centeno, avena, o triticale. 
Así, el ensayo que ya lleva tres años, incluye distintas secuencias de soja, ya sea continua, con CC intercalado, o en rotación con trigo y maíz, con y sin fertilizar. Lo relevante del estudio es que se desarrolla a largo plazo siempre en las mismas parcelas, en seis sitios de las principales provincias sojeras argentinas (Catamarca, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, Buenos Aires). 
Hasta el momento, los datos obtenidos arrojan una producción de materia seca de la gramínea invernal de 4.200 a 6.000 kilos. Y según las mediciones hechas en Casilda, una vez que se suspende el crecimiento del cultivo de cobertura, hay entre 80 y 100 kilos de nitrógeno (N), 11 a 15 de fósforo (P) y 5 a 7  de azufre (S), inmovilizados en forma orgánica, que estarán disponibles para la soja cuando se descompongan. Esto dependerá de las condiciones en que quede el rastrojo, es decir, de su mayor o menor contacto con el suelo.
“Los resultados de tres campañas dan como tendencia un mayor rendimiento para la variante CC fertilizado con N + soja fertilizada con P y S, con respecto a soja continua”, revela Cordone. Pero subraya que incluir un cultivo de cobertura entre dos de soja, sólo sería favorable si se aplica P y S, en caso contrario, los rindes bajarían.
Por su parte, el monocultivo de soja presentó una menor concentración de proteínas en grano que CC-Sj, aún cuando esta última combinación arrojara menores rindes. 
En situaciones de déficit hídrico, la Sj con CC rindió menos que la secuencia sin cobertura. “Por eso, si el invierno comienza con baja recarga de agua en el perfil, convendría suspender el crecimiento de CC antes que lo habitual”, recomendó la ingeniera.
Respecto del fósforo, Cordone indicó que la fertilización usual no compensa la exportación que, para lotes de producción en la zona, con rendimientos de 5.000 kilos, ronda los 22 a 23 kilos. “Allí, el uso de bioestimulantes puede ser un buen recurso”, sugirió.
Claramente, el actual modelo de agriculturización basado en el monocultivo de soja, sin reposición de nutrientes, degrada el ambiente y produce menores rendimientos. La tecnología para evitarlo está disponible, sólo hace falta la decisión de aplicarla con la meta puesta en la sustentabilidad de los sistemas. Porque tal como señaló el ingeniero Fernando Martínez, “sin suelo fértil, no hay futuro”.

El mal modelo
“En Argentina fertilizamos menos de lo que se llevan las cosechas y debido a esa fertilización por defecto, terminamos degradando el ambiente que se hace menos rico en nutrientes a lo largo del tiempo”, cuenta el vicepresidente de Fertilizar. (ver gráfico)
De acuerdo a Bassi, la situación más preocupante se da en la Pampa Húmeda donde se ubica “la porción de suelos más degradados de la Argentina en alta correlación con campos que se alquilan, donde el propietario no es muy consciente de lo bueno o malo que puede ser cuidar el suelo, y lo arrienda a terceros que tampoco lo preservan”, explica.
En el centro-sur de Santa Fe, según las investigaciones del ingeniero Fernando Martínez, de INTA Casilda, la agricultura ocupa el 90% de la tierra y el monocultivo de soja se practica en el 65 % de la superficie cultivada. En estos esquemas, el balance nutricional para nitrógeno, fósforo y azufre, es deficitario. En tanto, para quienes mantienen la rotación maíz-trigo/soja de 2ª, los resultados son neutros o positivos.
Por su parte, la unidad de producción exclusiva es de 280 hectáreas, de las cuales 220 corresponden a tierras alquiladas y sólo 60 son propias. 
“Este modelo productivo regional es favorable para productores y proveedores de servicios e insumos; extremadamente favorable para propietarios, procesadores, exportadores y el estado nacional; y claramente desfavorable para mantener la fertilidad del suelo”, sostiene Martínez.
La expansión y la deuda
En los últimos veinte años, la cosecha de granos en nuestro país pasó de 50 a casi 100 millones de toneladas. Ese crecimiento se dio por el aumento de la superficie cultivada -que pasó de 20 a casi 30 millones de hectáreas - y fundamentalmente por el incremento de la productividad, siendo el cultivo de soja la base de esa expansión.
“Aunque la siembra directa predomina en los sistemas de producción argentinos, no resulta suficiente para evitar la degradación de los suelos si no se acompaña con rotaciones que incorporen cantidades importantes de residuos y que contribuyan a elevar el contenido de materia orgánica y nitrógeno, ya sea con cultivos para cosecha o de cobertura”, indicó el ingeniero agrónomo Gerardo Rubio de FAUBA. 
De acuerdo al profesional, se ha producido un abrupto retroceso en materia de rotaciones, pasando de un tercio de la superficie destinada a soja en 1993, a dos tercios para la campaña 2009-2010.
Por otra parte, Argentina está muy lejos de compensar los nutrientes exportados mediante la fertilización. Apenas se está reponiendo el 30% del nitrógeno y azufre, el 40% del fósforo y menos del 1% del potasio, según informó Rubio.
Para saldar la deuda que genera la intensificación agrícola en los suelos pampeanos, el ingeniero estableció cuatro pilares: siembra directa; rotación con cultivos de alto aporte en rastrojos; incorporación de pasturas en la rotación; y fertilización adecuada. Ellos deberían constituir la base de un nuevo modelo productivo sustentable.

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